lunes, 19 de enero de 2009

Contracorriente

Seis de la mañana de un domingo cualquiera, suena el despertador indicando que es hora de levantarse. Probablemente una persona normal y corriente lo habría apagado y habría seguido durmiendo, pero Elliot no era una persona normal y corriente.

Se puso en pie sin esfuerzo aunque no por mucho tiempo, lo justo para caminar hasta su escritorio donde encendió una lamparita de noche. Podría haber descorrido las cortinas y haber dejado que los primeros rayos del sol alumbraran la estancia pero a él le gustaba más así. Se dejó caer en la silla y con la pluma que acababa de agarrar con su mano derecha se puso a escribir en un folio en blanco.
Nadie sabía con certeza el contenido de aquellas líneas, unos decían que era una especie de diario, otros que eran cartas para algún amor lejano e incluso los más fantasiosos pensaban que era su forma de intentar comunicarse con alguna otra raza. Puede que ni él mismo lo supiera con claridad pero el caso es que no pasaba un solo domingo sin que Elliot llenara un folio de palabras, lo metiera en una botella y diera un paseo hasta el mar.
Allí se adentraba un poco en la orilla y dejaba partir la botella a merced de la corriente sin saber si algún día alguien llegaría a encontrarla.
Le gustaba sentarse en la arena y verla alejarse mientras imaginaba sus posibles destinos, una isla aparentemente desierta donde alguien necesitara algo de compañía desesperadamente, la playa de alguna ciudad de algún otro país donde puede que ni entendieran su lengua o tal vez el vientre de alguna ballena.

Un domingo de otoño mientras daba su habitual paseo por la playa decidiendo la altura a la que dejar partir su mensaje vio algo en el mar que llamó enormemente su atención. Tuvo que agudizar la vista para asegurarse de que lo que estaba viendo era cierto y no producto de su imaginación, pero no cabía duda, era una botella con una carta dentro.
Avanzó dando zancadas por el agua, completamente emocionado y cuando por fin la tuvo en su mano se dio cuenta de que se trataba de una de las que ya había mandado y pensó que quizás el mar había acabado devolviéndola a la misma orilla. Por si acaso decidió abrirla y entonces todo cambió.

Era la carta de otra persona y parecía estar dirigida a él. Aquella vez Elliot no pudo esperar hasta el próximo domingo, fue corriendo hasta su casa dispuesto a escribir una respuesta inmediatamente pero cuando volvió al mar exhausto por la rapidez de los acontecimientos volvió a encontrar algo que lo sorprendió casi tanto como la primera vez. No se trataba de una simple botella, sino dos. Siguiendo el mismo ritual se apresuró a contestarlas presa de la emoción pero cuando volvió a la playa no se encontró con dos, sino con cuatro botellas flotando en el mar.
Cada vez que volvía dispuesto a contestar, sin importar el tiempo que pasara desde la última vez ya fueran horas, días o semanas, se multiplicaba el número de cartas que encontraba hasta que apenas hacía otra cosa más que escribir. Contestar a todas esas personas era agotador, pero si esa costumbre se había convertido en algo tan popular, él era el responsable sin ninguna duda.

[...]

Seis de la mañana de un domingo cualquiera, suena el despertador indicando que es hora de levantarse. Elliot lo mira, se incorpora, piensa. Tras unos segundos decide volver a acostarse. Probablemente tendría que haberse levantado a llenar un folio de palabras como hacía todos los domingos pero la verdad es que eso se había convertido en algo bastante normal... y bastante corriente..
Y Elliot no era una persona normal y corriente.



"El mar es un azar
que tentación echar
una botella al mar"
Para todos los bichos raros,
Esther